La idea de disfrutar de un día de shopping, de un día de spa, o de la polémica depilación (si así lo deseas) no te hace ser menos feminista, ni menos o más bella que aquella que decide renunciar a todo aquello. Ser libres, nos hace ser mujeres.
El acceso a los métodos anticonceptivos masificados a partir de la década de 1960 es probablemente uno de los factores más relevantes en la realización de la emancipación femenina. Por otro lado las políticas laborales de pre y post maternidad y la instalación de guarderías, entre otros muchos factores de progreso feminista como el acceso al trabajo y a la educación permitieron a la mujer dar el paso de la vida doméstica a la vida pública y profesional.
No hay ninguna circunstancia biológica ni mental que justifique la subordinación de la mujer a través de la historia. Ni siquiera nos es obligatoria la condición de ser madres. Las diferencias fisiológicas que separaron a hombres y mujeres desde tiempos ancestrales, disminuyen hoy con el desarrollo de la medicina y la ciencia. Estas afirmaciones pueden parecernos obvias en el 2016, pero se mencionaron por primera vez (al menos formalmente) hace casi sesenta años. Puede parecer mucho tiempo, sin embargo, no lo es tanto si se consideran los anteriores milenios de dominio patriarcal. En 1949 la filósofa francesa Simone de Beauvoir es la primera en notar que la asociación que tenemos del producto femenino es el resultado de una condición social, eliminando sus causas biológicas y psicológicas y explicando en casi mil páginas el por qué no nacemos mujeres, si no que, nos hacen mujeres. Pero Simone no solo rompe con los esquemas que sindican a la mujer como un ser inferior y sumiso ante el hombre, si no que la emancipa de toda aquella idea prefija de “ser femenina” ante la sociedad en su conjunto. Bajo este punto de vista, debemos considerar que así como ser bellas, madres o esposas no es la característica que nos define como femeninas, tampoco lo es la negación de aquello.
No es mi intención realizar una apología a los cánones de belleza, ni mucho menos. Pero si debemos considerar que el interés por temáticas que en algún momento fueron despreciadas por el feminismo tradicional tales como la moda o la preocupación de una imagen física no requiere ir en contra de las reales ideas feministas. Entendiendo que el feminismo es aquel camino que nos permite visualizar las problemáticas asociadas a la desigualdad entre hombres-mujeres y no como otra limitación adherida.
Si echamos en práctica el discurso de la fundadora del feminismo (al menos, en términos teóricos) podremos desarraigar las ideas, a veces tan lapidarias del constructo feminista y que demonizan la utilización de la imagen femenina asociada a la belleza. La moda por su parte, es un mecanismo de expresión social, cultural y artístico, utilizada incluso como ícono de movimientos feministas. Sí, feministas: la utilización de pantalones en señal de igualdad con lo masculino o la polémica entrada de las minifaldas nos dejan en claro que la utilización de la imagen ha sido y seguirá siendo una de las formas más eficientes de comunicarnos.
Por Andrea Uribe Barriga
Biografía
Andrea Uribe es historiadora, diplomada en gestión del patrimonio cultural. Se desempeña como columnista en importantes medios de prensa digital y ha trabajado como conductora en destacados medios de comunicación radial.
Sus creaciones literarias recorren los ámbitos tanto académicos como artísticos. Posee trabajos literarios publicados con la corporación cultural Balmaceda Arte Joven. En tanto a la publicación académica, ha participado como autora de uno de los artículos sobre Gestión Cultural en la revista académica de postgrado MGC de la Universidad de Chile.